jueves, 5 de mayo de 2016

"El abrazo de los peces" #sordoceguera

Seis mil personas en España son sordociegas, seis mil personas que viven y sienten de manera diferente a nosotros. El abrazo de los peces nos muestra cómo es la vida de tres de esas seis mil personas.



Norberto es un adolescente escolarizado en el Centro de Recursos Educativos de la ONCE en Madrid, un Centro de Educación Especial. Es una persona autónoma, se comunica y se expresa en lengua de signos, está implantado y tiene un importante resto visual. Le gusta la música y es un chico alegre y sociable.

Clara es una niña con sordoceguera congénita, escolarizada también en un Centro de Educación Especial. Tiene afectación física y cognitiva. Los médicos advirtieron a la familia de que moriría al llegar a la pubertad y esas palabras perturbaron profundamente a la familia. Clara está muy afectada, tiene un resto visual muy aprovechable pero es difícil hacerla conectar con el mundo. La familia de Clara tardó mucho tiempo en aceptar la condición de su hija, sobre todo su padre, que hacía muchos viajes de trabajo, viajes que en realidad eran una vía de escape para huir de la realidad. 

José María era una persona sorda que poco a poco fue perdiendo la visión. Un giro de trescientos sesenta grados en su día a día. Cuesta aceptar que nunca más vas a ver el mundo, al menos no como antes. José María ve todo a través de su infinita imaginación y a través de sus manos. Es escultor, a través del arte expresa lo que siente y su imaginación vuela. A pesar de ello, no tiene ganas de vivir, odia su vida. Unas palabras duras pero ciertas, es difícil aceptar que tu discapacidad te aísla del mundo cada vez más, lo peor de todo es que él es totalmente consciente de ello. 

Maestros, mediadores, logopedas y otros muchos profesionales son protagonistas por su papel en la educación de Norberto, Clara y todos los niños, que aún sin ponerles nombre, forman parte de este colectivo tan diverso y tan olvidado.

A veces las personas con sordoceguera son como peces sumergidos en el fondo del mar, con esa sensación de aislamiento que produce estar a tantos metros de profundidad, ese sentimiento de soledad, pero no de incomunicación. Somos facilitadores de la comunicación, como futuros profesionales no podemos permitir que nadie sienta que no forma de este mundo porque no sabe de qué manera comunicarse con él.

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