Seis mil personas en España son
sordociegas, seis mil personas que viven y sienten de manera diferente a
nosotros. El abrazo de los peces nos muestra cómo es la vida de tres de esas
seis mil personas.
Norberto
es un adolescente escolarizado en el Centro de Recursos Educativos de la ONCE
en Madrid, un Centro de Educación Especial. Es una persona autónoma, se
comunica y se expresa en lengua de signos, está implantado y tiene un
importante resto visual. Le gusta la música y es un chico alegre y sociable.
Clara es una niña con sordoceguera
congénita, escolarizada también en un Centro de Educación Especial. Tiene
afectación física y cognitiva. Los médicos advirtieron a la familia de que
moriría al llegar a la pubertad y esas palabras perturbaron profundamente a la
familia. Clara está muy afectada, tiene un resto visual muy aprovechable pero
es difícil hacerla conectar con el mundo. La familia de Clara tardó mucho
tiempo en aceptar la condición de su hija, sobre todo su padre, que hacía
muchos viajes de trabajo, viajes que en realidad eran una vía de escape para
huir de la realidad. 
José María era una persona sorda
que poco a poco fue perdiendo la visión. Un giro de trescientos sesenta grados
en su día a día. Cuesta aceptar que nunca más vas a ver el mundo, al menos no
como antes. José María ve todo a través de su infinita imaginación y a través de
sus manos. Es escultor, a través del arte expresa lo que siente y su
imaginación vuela. A pesar de ello, no tiene ganas de vivir, odia su vida. Unas
palabras duras pero ciertas, es difícil aceptar que tu discapacidad te aísla
del mundo cada vez más, lo peor de todo es que él es totalmente consciente de
ello. 
Maestros, mediadores, logopedas y
otros muchos profesionales son protagonistas por su papel en la educación de
Norberto, Clara y todos los niños, que aún sin ponerles nombre, forman parte de
este colectivo tan diverso y tan olvidado.
A veces las personas con
sordoceguera son como peces sumergidos en el fondo del mar, con esa sensación
de aislamiento que produce estar a tantos metros de profundidad, ese
sentimiento de soledad, pero no de incomunicación. Somos facilitadores de la
comunicación, como futuros profesionales no podemos permitir que nadie sienta
que no forma de este mundo porque no sabe de qué manera comunicarse con él.
 
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